Contar cuentos es tan antiguo como el habla. Cuando nuestros antepasados se acurrucaban ante el fuego del campamento, se contaban historias de dioses y héroes, monstruos y maravillas, para contener los terrores de la noche. Tales historias reconfortaron, entretuvieron y ayudaron a moldear un sentido del mundo y el lugar en él.
Lo cierto es que en la era moderna, muchos seguimos fascinados con los cuentos de hadas, por qué será? ¿Podría ser que nos aferramos a los cuentos que nuestros padres nos leían antes de acostarnos?
O será que son reales y llevan nuestra imaginación a un lugar mágico, a una tierra de aventuras, de mística, de encanto. Una tierra donde luchamos para vencer el mal. Ese podría ser su mayor atractivo, ya que las historias de hadas suelen tener final feliz.
Las hadas más antiguas registradas en Inglaterra fueron descriptas por primera vez por el historiador Gervase de Tilbury en el siglo XIII. Algunos dicen que son como fantasmas, o espíritus de los muertos, o que fueron ángeles caídos, ni lo suficientemente malas para el Infierno ni lo suficientemente buenas para el Cielo.
Todavía conservo los libros de cuentos de mi infancia, y me gusta de vez en cuando echar un vistazo a los dibujos para recordar la belleza y fragilidad de esos espíritus inasibles. Las narraciones forman el tejido común que nos permite conectarnos a pesar de todas nuestras diferencias y los antiguos británicos tomaban a las elusivas fairies muy en serio; sentían por ellas una fe quizás más vital que por la misma religión oficial y organizada. Incluso Shakespeare sostenía que el mejor momento para verlas es la víspera del verano. Es decir, cuando el velo invisible que nos separa de las magas espirituales es lo suficientemente delgado como para permitir que las personas interactuemos con ellas.
En las historias y leyendas primigenias, no tenían alas. Las variedades voladoras crecieron en popularidad mucho más tarde. En un principio, pixies, elfos, ogros, leprechauns, duendes, trolls y gnomos eran las especies más comunes de la tradición.
Con el tiempo la imaginación y la fantasía se encendieron aun más y dieron origen a estas pequeñas y bellas criaturas parecidas a los humanos asociándolas con los bosques, la magia y los viajes.
Cuando pensamos en fairies, la mayoría de nosotros probablemente pensamos en hadas buenas como las que aparecen en las películas de Disney.
Pero hubo un momento en que realmente se les temía. Gran parte del folklore gira en torno a su maldad.
En una época en que el mundo era un lugar mucho más misterioso, la gente temía ofenderlas porque podían lanzar hechizos o maldiciones por un capricho.
En Irlanda en particular, era tal el temor de molestarlas, que en lugar de referirse a ellas por su nombre, se las llamaba eufemísticamente Pequeñas Personas, Gentry o Vecinas.
No sería de extrañar que estos seres alados odien a la gente. Los que creen en ellas dicen que la mayoría no podremos entrar en su reino ni verlas jamás ya que se esconden de nosotros porque, poco a poco, fuimos invadiendo sus tierras. Al parecer, a medida que modernizamos el mundo con electricidad, construimos caminos y ciudades y talamos árboles, se vieron obligadas a "pasar a la clandestinidad" y esconderse en cuevas, madrigueras, fortalezas submarinas y finalmente, en el mundo de los espíritus.
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