John G. Brown nació y estudió arte en Inglaterra, pero eran tiempos muy complicados en su tierra natal y a sus veintitantos, en 1853, tomó la decisión de emigrar a los Estados Unidos.
Ya en el nuevo mundo, en su flamante destino, alcanzó el éxito como pintor. Esto fue por sus detalladas y sentimentales representaciones de la gente en los centros de inmigrantes. Pintó a los niños y jóvenes de la calle, a los músicos callejeros, a los vendedores, a los limpiabotas y a los sirvientes.
Eran años difíciles para ser un niño en la Gran Manzana. Había miles de menores que vagabundeaban de aquí para allá, abandonados, sin familia, otros que habían quedado solos tras la Guerra de Secesión que finalizó en 1865 y que debían arreglárselas para sobrevivir, como también aquellos que, si bien tenían hogar, debían trabajar para ayudar a su familia de migrantes, fueran del campo o del exterior, que llegaban a una ciudad que comenzaba a crecer a un ritmo frenético y producía más desigualdad que oportunidades.
Brown conocía en carne propia las injusticias del mundo; por aquel entonces el trabajo infantil era aceptado. No existían todavía en la conciencia social los Derechos del Niño.
El artista optó por no reflejar la realidad de sus vidas; los hizo parecer pintorescos, alegres e ingeniosos. Esto hizo que sus obras fueran muy populares entre el público lo que lo convirtió en uno de los más famosos pintores de género de finales del siglo XIX.