Según el mito, Narciso era un joven hermosísimo. Tanto, que todas las doncellas se enamoraban de él; pero éste las rechazaba. Una de las despreciadas fue Eco, ninfa de los bosques muy alegre y parlanchina que había sido condenada por la celosa Hera a repetir las últimas palabras de aquello que se le dijera.
El día que Eco y Narciso cruzaron sus caminos, la ninfa quedó impactada ante tal belleza pero Narciso -siempre inmerso en sus cavilaciones- desdeñó su cariño, la ignoró, hizo caso omiso de ella y continuó rompiendo corazones por Grecia.
Para castigar a Narciso por su engreimiento, Némesis, la diosa de la venganza, hizo que el joven se enamorara de su propia imagen reflejada en una fuente. Tan prendado de sí mismo quedó, que al intentar alcanzarla acabó arrojándose a las aguas. En el sitio donde su cuerpo había caído, creció una hermosa flor, cuyo nombre todos lo imaginan ya.
Waterhouse nos muestra el momento justo en que el chico se flecha a sí mismo y presenta a Eco mirando la escena; todo esto con su exquisito estilo que actúa de bálsamo a nuestra vista.