"El mundo es un gran escenario donde todos somos simples actores" -eso se decía a comienzos de la recargada era del arte Barroco; pero hacia mediados del siglo XVIII, con el estilo Rococó ya en auge, el gran teatro del mundo se había convertido en un lugar de ilusiones amables. La sociedad cortesana fue capaz de encerrar la realidad y se sumergió a sí misma en un mundo artificial de ensueños.
La delicadeza del estilo sugiere que la época estuvo dominada por el gusto y la iniciativa femenina.
Un representante muy importante que revolucionó este divino movimiento pictórico fue Jean-Antoine Watteau cuya propia inspiración era Rubens.
La obra de Watteau (1684-1721) se concibe como la personificación perfecta del espíritu rococó. Evidentemente, se podría haber convertido en un gran pintor de temática religiosa o histórica pero a lo largo de toda su carrera defendió la pintura de género, -algo novedoso y considerado menor por su temática de aparente liviandad, fantasía y artificio-, denotando maestría técnica y compositiva y, más que todo, un universo melancólico y poético muy particular.
Embarque a la Isla de Ceterea |
El Indiferente |
Capitulaciones de Boda y Baile Campestre |
Arlequín, Pierrot y Scapin |
Mezzetin |
La Lección de Amor |
La Canción de Amor |
La Muestra de Gersaint |
Los Placeres del Baile |
Mascarada |
No hay comentarios:
Publicar un comentario