martes, 4 de julio de 2017

El Regreso de Eiximenis

Hace dos días comenté sobre la sociedad ideal pensada por Francesc Eiximenis, aquel religioso y polígrafo catalán que se dedicó a la enseñanza y -a pedido de Pedro el Ceremonioso- redactó una vasta enciclopedia moral para saber gobernar: Lo Crestià (El Cristiano).
La obra fue iniciada en 1379 y trata sobre "todo el fundamento del cristianismo y todo lo que conviene a quien siga la vida cristiana y quiera aprovechar y acabar sus días en ella".

En esta oportunidad el eximio teólogo nos alecciona sobre clases sociales y protocolo y advierte sobre las profesiones relacionadas con la Ley y el Derecho, a saber:

Los habitantes de la ciudad se dividen y organizan en tres apartados.
Pertenecen al Mayor los ciudadanos honrados que viven de sus rentas, como los caballeros a los que se les dispensará un trato similar. Si, por ejemplo, estos fueren condenados a muerte serán decapitados, no ahogados ni colgados.
El grupo Mediano lo forma la clase media: juristas, notarios y mercaderes poderosos.
Forman el tercero o Menor las personas que se ganan la vida como artesanos y menestrales, plateros, zapateros, herreros... que no reciben el nombre de ciudadanos sino el de habitantes y vecinos de la ciudad.
No incluía como vecinos y mucho menos como ciudadanos a peregrinos, mensajeros, habitantes temporales, sirvientes ni libertos.
Los cargos estaban reservados a los Mayores, a los ciudadanos honrados o patricios, quienes obligados por su posición debían cultivar las virtudes en grado sumo: decir siempre la verdad, ser leales, no despreciar a nadie, velar por la comunidad, impedir que se hable mal o se ridiculice a los ausentes, aconsejar con lealtad, rehuir las malas compañías; ser cortés, educado, hospitalario, evitar la ira, entre otras múltiples cualidades. Pero lo que había que castigar más que todo era la avaricia, este vicio debería castigarse expulsando al avaro de la ciudad para toda su vida y cuando muera, ser enterrado entre los asnos.


Sólo los ciudadanos mejores y más sabios debían estar junto al príncipe para servir a la comunidad. Tambien aconsejó sobre la edad y el sexo de los consejeros. Advirtió que siempre se debe dar prioridad a los veteranos porque los jóvenes y las mujeres son apasionados y carecen del mínimo sentido común y de la sabiduría necesaria para gobernar.
Aconsejaba que los políticos debían ser pocos porque las multitudes siempre son proclives a discusiones y peleas, además si se equivocan es mejor culpar a unos pocos.
Los consejeros debían procurar el progreso de la comunidad, cuidar muy bien de la "cosa pública", limpiar la ciudad de inútiles, ociosos -con excepción de mendicantes- y de quienes practicaban oficios y artes perjudiciales para la comunidad tales como magos, hechiceros, nigromantes y alcahuetes.
Eiximenis acusaba a los alcahuetes de romper matrimonios o dar lugar a hijos ilegítimos o bastardos. Aunque la presencia de un bastardo en las casas nobles podría ser útil para encargarse de negocios impropios de un auténtico noble.
Asimismo consideraba peligrosos para el matrimonio quienes tientan a las mujeres casadas predisponiéndolas a entregarse a cualquier hombre como si fuera un animal; a quienes las asaltan en lugares apartados y a los chantajistas que las amenazan con divulgar hechos inconfesables, reales o inventados...
Volviendo a los consejeros, Eiximenis les recomienda no mezclarse con el vulgo, para eso deberá frecuentar poco las plazas y lugares multitudinarios porque demasiada familiaridad engendra desprecio y cuanto más se los conoce, mejor se ven sus defectos.
El regidor se presentará en público sólo en caso de necesidad y se presentará tarde, tal como corresponde a su persona.
Se mostrará sonriente, sin llegar a la carcajada, hablará en primer lugar y pausadamente, debiendo tener previamente estudiado qué va a decir o hacer y cómo. Después escuchará, se mostrará benévolo y no dará la razón a nadie en todo, salvo si quiere que el otro se calle.


Siguió con las profesiones relacionadas con la Ley y el Derecho.
Según el fraile, también debían ser pocos.
Escribanos y notarios dan fe, pero como son pocos los hombres en los que se puede creer, no deben ser muchos. Los escribanos deben ser personas agudas y sutiles, muy bien elegidos, capaces de entender los contratos, muy conocedores porque con su pluma pueden hacer que las propiedades se pierdan o se ganen.
Los notarios por su elevado estado están llamados a cobrar grandes salarios pero si su número se multiplicara serían pobres y se prestarían a falsificar documentos.
Fiscales y alguaciles, también, pocos. Porque los fiscales, a veces, acusan por los intereses y derechos que les corresponden y encuentran crímenes donde no los hay siempre que los beneficie a ellos o a sus señores.
Y sigue, cuantos menos alguaciles, mejor, porque por dinero pueden diferir la ejecución de las sentencias.
Por último, les toca el turno a abogados y juristas: deben ser pocos porque se consideran dignos de un alto estado y para conseguirlo, cobran grandes salarios, dilatan pleitos, aceptan muchos, se ocupan de pocos y convierten lo claro en oscuro. Sentenció: -es un oficio importante si lo realizan hombres honrados pero cuando lo ejercen deshonestos se convierte en una desgracia para el cliente.

Es palabra de Eiximenis.

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