Aunque el nombre es conocido por ser la joya de la corona de la casa Moët & Chandon, cosecheros de la región francesa de Champagne, Dom Pérignon, era, en la vida real, un monje cartujo benedictino a quien la historia ha adjudicado el honor de ser el inventor del champagne. Dom Pierre Pérignon vivió en el siglo XVIII, y todavía no ha muerto; su espíritu, convertido en burbujas, sobrevuela las mesas de fiesta y los locales de diversión, protagoniza brindis... La espumosa bebida ha sido huésped en la mesa de reyes y emperadores, de filósofos inmortales, de músicos excelsos, pero también de tiranos y dictadores. Selló decenas de tratados de paz, y con él se ha celebrado también la aniquilación de miles de seres humanos.
Como Bernardette Soubirous y Voltaire, como Juana de Arco y Napoleón, el champagne es tan francés como la absenta; son las dos caras de la misma moneda. El primero nunca destruyó una vida, pero fue el fiel acompañante de una clase aristocrática abocada a la decadencia ante el impulso burgués. La absenta fue la pócima de los desarraigados sociales. En el siglo XIX, ambos conocieron sus mejores años y convivieron en perfecta armonía, pero el champagne dejó de interesar a los artistas, ávidos del colorido de un submundo al que su propia cultura les impelía a renunciar.
Henri de Toulouse-Lautrec -1864-1901, postimpresionista- procedía del mundo del champagne, pero su arte se desarrolló en toda su plenitud en el de la absenta, en el que él mismo, estigmatizado por su deformidad, crecía como pintor. Pero nunca dejó de ser tan aristócrata como cuando su mirada crítica y distante captaba los grupos humanos que poblaban los ambientes que frecuentaba.
Cuando en 1884 fue a vivir al barrio de Montmartre quedó fascinado con los locales de diversión nocturnos y los frecuentó con tanta asiduidad que llegó a hacerse cliente habitual de algunos de ellos como el Moulin de la Galette o el Folies Bergère.
Al contrario de los impresionistas, apenas se interesó por el género del paisaje, y prefirió ambientes cerrados, iluminados con luz artificial, que le permitían jugar con los colores y encuadres de forma subjetiva. Le atraían la gestualidad de los cantantes y comediantes, y le gustaba ridiculizar la hipocresía de los poderosos, que rechazaban en voz alta los mismos vicios y ambientes que degustaban en privado. Todo lo relacionado con este mundo, incluida la prostitución constituyó uno de los temas principales en su obra. A éstas las pintaba mientras se cambiaban, cuando terminaban cada servicio o cuando esperaban una inspección médica.
Su obra Le Moulin Rouge, pintada entre 1892 y 1895, es uno de los pilares de su mito.
La payasa Cha-U-Kao es otra de sus obras notables
Cuando en 1884 fue a vivir al barrio de Montmartre quedó fascinado con los locales de diversión nocturnos y los frecuentó con tanta asiduidad que llegó a hacerse cliente habitual de algunos de ellos como el Moulin de la Galette o el Folies Bergère.
Al contrario de los impresionistas, apenas se interesó por el género del paisaje, y prefirió ambientes cerrados, iluminados con luz artificial, que le permitían jugar con los colores y encuadres de forma subjetiva. Le atraían la gestualidad de los cantantes y comediantes, y le gustaba ridiculizar la hipocresía de los poderosos, que rechazaban en voz alta los mismos vicios y ambientes que degustaban en privado. Todo lo relacionado con este mundo, incluida la prostitución constituyó uno de los temas principales en su obra. A éstas las pintaba mientras se cambiaban, cuando terminaban cada servicio o cuando esperaban una inspección médica.
Su obra Le Moulin Rouge, pintada entre 1892 y 1895, es uno de los pilares de su mito.
Le Moulin Rouge - Henri de Toulouse- Lautrec |
La payasa Cha-U-Kao es otra de sus obras notables
La Payasa Cha- U- Kao |
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