General José Francisco de San Martín |
Hay una fuerza que impulsa a los hombres a cumplir su destino. Es una gran fuerza interior, una promesa, una aspiración y una esperanza, y quienes se apoyan en ella pueden alcanzar su verdadera estatura moral. Esa fuerza es la vocación, y en San Martín tuvo carácter excepcional; cada paso que dió en su vida iba encaminado a ese cumplimiento.
"Serás lo que debas ser, o no serás nada" expresó el admirado militar, estratega y político argentino y debió sentir esa voz interior ya en los primeros años de su infancia, en aquel pueblito de Yapeyú donde nació el 25 de febrero de 1778, voz que ya nunca dejaría de asistirlo en toda su existencia.
"Serás lo que debas ser, o no serás nada" expresó el admirado militar, estratega y político argentino y debió sentir esa voz interior ya en los primeros años de su infancia, en aquel pueblito de Yapeyú donde nació el 25 de febrero de 1778, voz que ya nunca dejaría de asistirlo en toda su existencia.
Su viaje a España a los ocho años de edad, en compañía de sus padres -que eran españoles-, su incorporación como cadete a los ejércitos del Rey cuando aún no había cumplido los doce; su espléndida carrera militar donde obtuvo méritos de guerra que le valieron el grado de Teniente Coronel y su regreso a la patria en el momento mismo en que su carrera militar en España le prometía los más altos honores: todo tenía un sentido que su obra posterior iba a definir.
San Martín seguía su vocación, que era la vocación de la libertad. Y por eso, de todos los títulos a que se hizo acreedor en los países que libertó, la posteridad eligió el que lo distingue entre todos los grandes de la Historia del mundo: el Libertador.
Tenía treinta y tres años cuando decidió volver a su suelo natal. El valor de su brazo había contribuido a que España recobrase su independencia expulsando a los franceses invasores. Pagada su deuda a la madre patria ahora podía volver los ojos hacia la patria entrañable, la lejana, aquella que el 25 de mayo de 1810 se había decidido por la libertad.
Llegó el 13 de marzo de 1812 y su llegada no pudo ser más oportuna, la revolución pasaba por dificultades muy graves. Al entusiasmo de los primeros momentos seguía la urgente necesidad de organizar un ejército que resguardase el movimiento emancipador. Como el gobierno de Buenos Aires carecía de jefes militares, reconoció los títulos del recién llegado, le encomendó la organización de un cuerpo de caballería y más tarde lo nombró Coronel del Regimiento de Granaderos a Caballo. Muy pronto tuvo la oportunidad de probar el temple de la nueva fuerza militar enfrentándose a los marinos españoles que desde tiempo atrás venían saqueando las poblaciones del litoral usando como base el puerto de Montevideo.
El forjador de la independencia incluso concibió la proeza de trasponer la Cordillera organizando el gran Ejército de los Andes para consolidar la gesta emancipadora. No por ambición personal, sólo quería ver asegurada para siempre la libertad de América.
Paradigma de los valores a imitar, la grandeza de este genio militar no tiene precedentes en
América, por eso es mi personaje histórico superfavorito, junto a Manuel Belgrano. Subordinó la fuerza de las armas a la política, antepuso la ética a cualquier interés personal, rindió culto a la austeridad, y fue intachable.
Por sus campañas fue nombrado Generalísimo y Protector de la República del Perú y Fundador de su Libertad; Capitán General de la República de Chile y Brigadier General
de la Confederación Argentina y por expreso pedido de Sucre envió refuerzos al Norte, con los que consiguió la Victoria de Pichincha que dio la independencia a Ecuador.
Aliado de la gloria, su reloj de pared se detuvo para siempre a la hora de su muerte, el día 17 de agosto de 1850 y, desde entonces, evocamos su figura rindiendo homenaje a la tremenda fuerza moral de El Gran Capitán, Señor de la Guerra y Santo de la Espada.
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