Tom Thomson es una figura esencial en la historia del arte canadiense, un espíritu libre cuya conexión profunda con la naturaleza lo ha convertido en uno de los pintores más venerados de su tierra.
Sus paisajes capturan la belleza indómita y virgen de los bosques y lagos de Algonquin Park, un lugar donde Thomson encontraba un lenguaje de serenidad y conexión.
Fue también una figura fundamental para la inspiración del Grupo de los Siete, ese colectivo que abrazó una visión artística profundamente nacionalista y ansiosa por expresar la identidad de Canadá a través de su alma natural.
Sin embargo, Thomson partió demasiado pronto. Su vida terminó en un trágico y enigmático accidente de canoa, dejando tras de sí un misterio que aún hoy flota como bruma sobre las aguas quietas de Algonquin.
Desapareció un día de julio de 1917, sumergiéndose en el silencio de aquellos paisajes que tanto amaba. Su canoa vacía apareció junto a la orilla, y su memoria permanece, como un trazo perdido en un lienzo inacabado.