miércoles, 30 de agosto de 2017

Fabián Pérez, Reflejos de una Pasión

"Estoy constantemente luchando por un mundo más romántico, eso es por lo que siempre estoy luchando; Dios creó el mundo y lo embelleció con las maravillas de la naturaleza, creo que el trabajo del artista es embellecerlo con su trabajo" dice Fabián Pérez, pintor figurativo nacido en Buenos Aires en 1967.  Su intención es perpetuar la belleza y la genera a partir de sus sombríos estados de ánimo, de sus pensamientos o de su intensa sensualidad.  
En la obra de Fabián se nota la influencia de artistas como Lautrec, Picasso, Sargent y Cezanne, "la pintura significa para mí un escape del mundo que no me gusta, me siento tan cómodo haciéndolo, mis pinturas son oscuras, porque trato de dar sólo una idea. Es una forma maravillosa de comunicarme con la gente. A veces puede ser difícil explicar todo lo que siento y, de alguna manera, las personas me entienden cuando observan mi arte mejor de lo que yo podría hacerlo".













viernes, 11 de agosto de 2017

Los Vascos en Argentina

Hablar de vascos en la Argentina es hablar de un aporte inmigratorio caudaloso y de una gravitación cultural y social que se hace sentir en todo el territorio de la República. Los vascos han estado presentes desde el principio del encuentro, aquí, de dos mundos, en el siglo XVI.
Fundaron establecimientos agropecuarios, contribuyeron a la educación pública y transmitieron una vocación por el trabajo que los puso en la delantera entre quienes llevaron a la Argentina de la Organización Constitucional, en sólo ochenta años, al apogeo de la existencia como Nación.

Es más: sobre una población de 40 millones, 4 millones llevan un apellido proveniente de tierra vasca. Ese fenómeno se debe a que desde la apertura de la colonización europea han llegado vascos de uno y otro lado del Pirineo. A pesar de que los vascos franceses integran una comunidad manifiestamente reducida en relación con su contraparte de España, ha sido alta la proporción de los que arribaron a estas orillas. Recordemos que los vascos y sus parientes, los bearneses, han estado presentes en todos los campos del quehacer argentino.

El pueblo vasco está asentado en Europa desde antiguo, aunque se desconocen sus vínculos con otros pueblos del continente. Su carácter es austero, dedicado al trabajo y apegado a la educación. Dos premios Nobel en ciencias de la Argentina llevan apellidos vascos: Houssay (Bernardo) y Leloir (Luis). Las historias de sus familias son parte de la obra. También se desgranan los orígenes de otros núcleos de la misma estirpe, como la familia del presidente Hipólito Yrigoyen, que había llegado de Francia, o sea, del País Vasco del Norte. De Bayona, como los Houssay, procedieron los padres de Dominga Dutey. Uno se preguntará quién era ella; pues bien, era la abuela paterna de Juan Domingo Perón. Este se casó en primeras nupcias con una hija de vasca, Aurelia Tizón Erostarbe, y en segundas nupcias, con Eva Duarte, vasca por los Duarte y los Ibarguren.

Ciencias, deporte, fuerzas armadas, productores agropecuarios, política, gobierno, arte, educación, literatos, sacerdotes... Ya han pasado cinco siglos de aquel comienzo de una aventura maravillosa en estas tierras. Las diversas etapas del desenvolvimiento de esa comunidad en el país han sido condensadas en un trabajo notable de la Fundación Vasco Argentina Juan de Garay. Había muchas razones para encararlo y no ha sido la menor el hecho de que de 160 centros vascos que hay en el mundo, la mitad se desenvuelva en la Argentina.

Jorge Zorreguieta


martes, 8 de agosto de 2017

De Casas Antiguas

Es un juego al que no puedo sustraerme el imaginar qué secretos guardan, qué historias se tejieron en la intimidad de las casas antiguas, quién vive en aquel departamento tan tradicional iluminado en plena madrugada, de quién serán las manos que con tanto cuidado corren y descorren aquellas cortinas? 

Anhelos, pasiones encontradas, triunfos, caricias, sofocación, tedio, risas suspendidas en el tiempo y el malvón asomando todo el año desde el balcón... ciertas casas parecen inmunes al paso del tiempo y proyectan mis evocaciones, como retazos de vida que iluminaron mañanas. 
Algunas otras están descascaradas, corroídas por el óxido; me sugieren  adivinar que quizás el cronómetro corrió inoportuno propiciando el paso hacia el portazo final.

Como una furtiva observadora entro en contacto con lo que sólo puede ser imaginado. Las casas antiguas son un tesoro de recuerdos que las arenas del tiempo no pueden borrar. 

¿Habrán sido felices sus moradores? ¿en qué rincón quedaron agazapados los ecos de todas las voces que las habitaron a través de décadas y décadas, generación tras generación?
¿Dónde estarán los chicos que en noches interminables esperaron a Papá Noel? ¿de cuántos romances, rupturas, encuentros y desencuentros habrán sido testigos?

Las casas antiguas tienen algo de magia por el perfume de su misterioso pasado, me gustaría vivir en una casa así.  Son puertas que quisiera empujar, estoy segura que esconden muchos secretos y atesoran pequeños milagros; sentimientos complejos pero sutiles todavía dan cobijo al espíritu del tiempo.  Como aquel antiguo balcón iluminado que, como si de una complicidad tácita y anónima se tratara o en una especie de muda señal de compañía, ahora me ayuda a conjurar un insomnio implacable.  Aquella cercana luz encendida me ayuda a creer que no estoy tan sola en la madrugada.